miércoles, 28 de septiembre de 2011

Hace 411 años...

Aquella mañana se despertó con normalidad. La luz más apagada, propia del otoño más infantil y tempranero, no hacía presagiar nada extraño. Todo como siempre, la misma rutina. El frío empezaba a calar tan de madrugada, pues la humedad se concetraba, heredera del relente, al amparo de las frondosas copas de la gran arboleda que rodeaba la casa. Nada fuera de lo cotidiano.
Así se levantaría esa mañana de San Miguel, propia de un otoño primerizo. Esperaba una dura jornada de trabajo en el campo, con un fluir de gente adecuado a la magnitud de las tierras. El centro de la agricultura de la época se concentraba allí, y todos pasaban por la Hacienda. Unos irían a las tierras más lejanas, otros se ocuparían de las huertas, otros del ganado, otros de comerciar con los viajeros que por allí pasaban... Todo como siempre, la misma rutina.
Aquel día no pasó de ser un día de otoño más que se sumase al almanaque, un día de otoño más que el jornalero esperaba su salario y poder regresar a casa a descansar.
Poco antes de cerrarse la Hacienda, estando ya los campos vacíos, era la hora de hacer balance de aquella víspera del mes de octubre. Muchas eran las dificultades de los trabajadores. A algunos se les acusaba de ladrones por llevarse parte de lo logrado en esos días, propiedades de los señores de las tierras. En concreto, uno de ellos se llevaba una gallina. Cada noche era amenazado por robarla y cada mañana recibía el perdón por devolverla, hasta que se acabó la paciencia. No podían esperar a la mañana siguiente, el animal aparecía o el jornalero era expulsado de la comarca, pudiendo encontrar la muerte.
Entre todo eso, en esa normalidad cotidiana y rutina de siempre, quiso Dios romperla y salvar a aquel inocente campesino. Aquella tarde de otoño, inimaginable, que no pasaba de ser una entre cientos de otras, la casualidad, el milagro o el destino quisieron devolver la luz a Sevilla cuando el otoño se la llevaba, entristeciendo a sus gentes y deshojando sus árboles.
De la oscuridad se hizo la luz, y de la nada del campo surgió lo más grandioso que han conocido estas tierras. De una tarde desapercibida de un 29 de septiembre, lejos de confundirse y perderse en la Historia, nació un historia de amor que aún, más de cuatro siglos después, sigue ardiendo en nuestros corazones como llama que alimenta la hoguera de nuestro existir.
Alégrate torrijero, hoy cumple 411 años tu historia... y sólo restan nueve días para reencontrarte con la Gloria.

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